La figura del héroe trágico: por qué Messi no puede ser Maradona

Dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano que un día, una tal doña Tota llegó embarazada a un hospital de Lanús, (provincia de Buenos Aires, Argentina) y en el umbral encontró una estrella en forma de prendedor, tirada en el piso. La estrella brillaba solo de un lado, como ocurre con todas las estrellas cuando caen en el barro: de un lado son de plata y del otro son solo de lata. Pero las dos caras son la estrella.

A veces intentamos elegir con qué cara quedarnos pero en algún momento la estrella se da vuelta como si quisiera advertirnos que siempre hay matices. Luego nos enteramos que doña Tota dio a luz a su hijo y lo bautizó Diego Armando Maradona y allí, nuevamente, gracias a Galeano, entendimos que la clave de la adoración a Maradona no tiene que ver estrictamente con su técnica sino con su carácter de Dios sucio y pecador, un Dios imperfecto que, por definición, resulta contradictorio.

La figura del héroe trágico

Al fin de cuentas, la existencia de la divinidad depende de que se pueda establecer con ella algún tipo de identificación. Y con Maradona una buena parte de los argentinos se puede identificar. Es que Maradona, en el mundial 86, contra Inglaterra, opera como un dios griego, aquel capaz de hacer la mayor proeza eludiendo a todo un equipo inglés pero también la mayor trampa convirtiendo un gol con la mano.

Pero si hablamos de los griegos, habría que decir que más que un dios, Maradona es un héroe trágico, aquel ser con cualidades sobrenaturales que lucha contra un destino inexorable que le depara gran sufrimiento. El héroe trágico es una figura del límite, que desafía a la ley y al poder constituido y que se ve sometido a todo tipo de pruebas que va superando hasta configurarse en un gran hombre. Pero también debe padecer, debe ser el chivo expiatorio de una audiencia que representa a una polis que necesita catarsis.

Y es que nos purgamos y nos liberamos a través del sufrimiento de Maradona. En este sentido, se equivocan quienes creen que Maradona es héroe por lo hecho en el 86 o por la victoria del sur contra el poderoso norte italiano.

Se hace héroe cuando comete su error trágico, aquel que lo hace caer en desgracia: positivo en ‘doping’ excesos que lo acercan a la muerte o desafío al poder

En otras palabras, se hace héroe porque es campeón pero también porque pierde la final en el 90 con el tobillo destrozado y porque su doping dio positivo en Italia y en Estados Unidos; se hace héroe porque sus excesos lo llevaron a padecer problemas físicos que lo tuvieron al borde la muerte, y se hace héroe porque siempre fue popular y desafió, a veces mejor y a veces peor, con mayor o menor lucidez, al poder.

El héroe trágico es trágico porque es la estrella que se ve del lado que brilla y del lado que está embarrada. Por todo esto es que quizás, allá por 1994, el escritor argentino Osvaldo Soriano haya dicho sobre Maradona: “es una bendición de dios haber visto al jugador y recibir al héroe en el cielo de los hombres”.

Lo cierto es que el fútbol hoy no tolera esos ídolos porque está preso de la pretensión de transparencia. Se arreglan los partidos, se concentra la riqueza y un puñado de equipos poderosos lava dinero pero existe el VAR y el Fair Play y si el héroe trágico o el dios la toca con la mano habrá que anular el gol.

Messi no es un héroe trágico

Entonces Maradona y Messi son incomparables porque hoy no se juega al fútbol como se jugaba hace 25 años pero sobre todo porque Messi no es un héroe trágico sino más bien una figura de la corrección lo cual, por favor, no debe entenderse necesariamente como una valoración negativa. Y es que Messi no opina de política, es un buen padre y esposo, se casó con la noviecita del barrio, es tímido, participa de jornadas solidarias o enegistas, se cuida en las comidas y su historia de superación personal y física se hizo gracias a los mejores especialistas europeos.

Asimismo, los problemas que Messi tiene con la ley no generan identificación ni catarsis porque las mayorías, naturalmente, no pueden identificarse con una presunta evasión impositiva millonaria ni el descubrimiento de este tipo de infracciones supone para el infractor tragedia alguna.

Tanto Messi como Maradona, eso sí, son grandes gambeteadores (regateadores) pero la gambeta de Messi sobresale en Barcelona, es decir, se da en el marco de, probablemente, el colectivo que mejor ha funcionado en los últimos años, a diferencia de Maradona que brilló en equipos que, por supuesto, alcanzaron solidez, pero eran enormemente dependientes de la habilidad que tuviera el número 10 para desnivelarDecía Borges que el argentino es individuo antes que ciudadano. Profundamente anti-estatalista, entiende la ley como limitación a la libertad individual.

Y si, como, tenemos buenas razones para comprender por qué Maradona resulta representativo de la idiosincrasia argentina, mucho más que Messi, lo cual, una vez más, no es una crítica al jugador de Barcelona sino una simple descripción.

Para concluir, digamos que Messi no puede ser Maradona porque le falta la dimensión trágica mucho más que el gol que le permita a Argentina salir campeón mundial. Esa es la gran paradoja. Lo que no le perdonamos a Messi, lo que le exigimos, entonces, no es tanto el éxito con la selección argentina sino su sufrimiento, su caída, su fracaso. Lo que no le perdonamos a Messi es la ausencia de padecimiento. Esa es la razón por la que Messi no puede ser Maradona.

Dante A Palma-

FRACASO ES OTRA COSA: Eliminación de Argentina en Rusia 2018…Fin de ciclo

Se va una generación que llegó a tres finales, una de Copa del Mundo, algo que Argentina no lograba desde 1990, cuando muchos de los que hoy insultan ni siquiera habían nacido. Algunos fueron campeones mundiales sub 20 y olímpicos. Fracaso… fracaso es otra cosa.

Tildar de fracasados a esta generación es parte del verdadero fracaso. De no reconocer contextos, de pedirles que con un título solucionen nuestros problemas personales o como país. De exigirles ser los mejores del mundo cuando quizás nosotros no somos ni los mejores de la cuadra.

Esta generación de futbolistas, aún sin ganar títulos, aún con errores adentro y afuera de la cancha, siempre estuvo muy por encima de la clase dirigente que le tocó. Lo bueno que deja fue “a pesar de”, no con “el respaldo de”, como en cualquier proyecto serio.

Dirigentes involucrados en el FIFA Gate. 38-38. Inferiores que juegan a ganar y no a formar. Selecciones Juveniles decadentes. Papelón en los JJOO. DT’s serios que decidieron irse. Comisión Anormalizadora. Más lobby que ideas. Un torneo de sub 20 y mayores de 33 sin ida y vuelta.

El fútbol es tan generoso que las casualidades te pueden dejar alegrías, pero siempre estarás más cerca del éxito con proyectos serios que con papeles al viento, cargos a la marchanta, micrófonos circenses. Argentina desarrolló una adicción a su mística y eso es venenoso.

Y el camino correcto no pasará solamente por los proyectos, sino por quienes los lleven adelante. Una buena idea en manos de incapaces es apenas un rejuntado de palabras lindas y espejismos. Y algo muy importante: paciencia y atención a las señales. No demandar resultados ayer.

Quizás haya sido el último Mundial de Messi. De ser así, su colección de trofeos no tendrá la Copa del Mundo. Tampoco la conquistaron Di Stéfano o Cruyff. No hará desaparecer su legado. No es todo blanco o negro. Una carrera no se resume a un título específico.

Argentina, salvo Otamendi, no tiene centrales en el Top 20 del Planeta Fútbol, ni laterales en el top 40, ni mediocampistas en el Top 50. La riqueza se acumula en ataque y un equipo no se forma solamente con goleadores de las ligas top.

Lo colectivo es más importante que lo individual. Argentina no tiene un equipo que esté a la altura de sus individualidades, y no tiene un plantel que esté a la altura de lo que puede armar como equipo. Es una frase trillada: debe ser un punto de partida, pero a paso firme.

Las cosas se deben hacer bien, no rápido. Precisión mata velocidad, dentro y fuera de la cancha. Que estemos orgullosos de nuestros jugadores, DT’s, dirigentes, comunicadores e hinchas debe ser el objetivo. Entonces, el resultado favorable será consecuencia y no casualidad. Fin.

Escribió: Juan Pablo Varsky

Las ‘supermamás’ de Brasil

Cada vez que marca, Gabriel Jesus hace la señal de un teléfono con la mano y el dedo pulgar pegado en la oreja. La celebración, conocida como Hola, mamá, es un homenaje a Vera Lúcia, la mujer que, sin ayuda de nadie, lo crió a él y a sus tres hermanos. “Siempre fue padre y madre”, suele decir el 9, que conforma el grupo de seis de los 11 titulares de la selección brasileña, junto a Miranda, Thiago Silva,Marcelo, Casemiro y Paulinho, que crecieron sin el apoyo de sus padres biológicos. Es una realidad común en Brasil. Según los estudios, las mujeres sacan adelante el 40% de los hogares brasileños, y en un elevado nivel de familias —cerca de 12 millones—, carecen de cónyuges que les ayuden a criar a sus hijos. Los estudios consideran que este panorama agrava el riesgo de vulnerabilidad social, ya que los ingresos medios de las mujeres —especialmente los de las mujeres negras— siguen estando bastante por debajo no solo de los de los hombres, sino también de los de las mujeres blancas.

Vera, abandonada por su marido y que se fue a vivir con otra mujer antes de que naciera Gabriel Jesus, nunca dejó que le faltara nada a su hijo pequeño. “Cuando iba a los partidos y veía a mis amigos, tenía envidia por no tener un padre allí. Pero, del modo en que mi madre me crió, enseguida me olvidaba de que tenía un padre”, contó el delantero a The Players’ Tribune.

La historia familiar del hoy delantero de Brasil se parece a la de Paulinho. El mediocentro del Barcelona lleva el nombre de su padre, José Paulo Bezerra Maciel, pero apenas lo ve. La última vez fue cuando aún jugaba en el Corinthians, en un partido contra el Náutico en el estadio dos Aflitos, en Recife, en 2012. José Paulo estaba en la grada y el centrocampista le regaló su camiseta al final del encuentro. Su padre, descendiente de indios Xucuru, en la región interior de Pernambuco, se separó de la madre, Erica Lima, nada más nacer Paulinho. El contacto con sus dos hijos era escaso y prácticamente se limitaba a breves llamadas telefónicas desde que el chico tenía 13 años.

En el Corinthians, Paulinho —que casi llegó a dejar el fútbol tras sufrir racismo e impagos en su primer paso por Europa, en el Vilnius lituano— dividía el dilema de la ausencia paterna con Cássio. El tercer portero de la selección en el Mundial nunca conoció a su padre, que, según los familiares, desapareció tan pronto supo que la madre, Maria de Lourdes, estaba embarazada. Varios programas de televisión llegaron a buscarlo con el objetivo de propiciar un encuentro, pero el guardameta siempre rechazó esa posibilidad. “Tuve una infancia difícil. Cuando necesité a mi padre, no estaba presente”, recordó.

Al igual que Paulinho, que fue criado desde que tenía tres meses por su padrastro, Cássio tuvo el apoyo de su tío, João Carlos Kojak, al que ayudaba en un lavadero de coches en Veranópolis. “Más importante que tener una base paterna, es tener una base de valores”, apunta la psicóloga deportiva Suzy Fleury, que formó parte del cuerpo técnico de la selección brasileña. “Muchas veces, la madre u otra persona, como el padrastro, el tío o incluso un entrenador, logra asumir los roles de acogida que le corresponderían al padre biológico. Por eso hay varias historias en las que la ausencia paterna no impide que un jugador alcance el éxito futbolístico”.

Alcoholismo, abandono…

Es el caso de Marcelo. Sus padres se separaron muy pronto y se fue a vivir con sus abuelos a los cuatro años. El abuelo Pedro asumió el papel de padre. Además de encargarse de que no faltara nada en casa, lo llevaba a los entrenamientos del Fluminense e iba a ver todos sus partidos. “Prácticamente se desvivió por un chaval de 13, 14 años, sin saber que acabaría siendo futbolista”, contó Marcelo en su canal de YouTube. Pedro murió en 2014, durante el Mundial de Brasil. “Mi abuelo fue padre y madre por todo lo que hizo por mí”, explicó.

Los centrales de la selección también crecieron sin sus padres. Miranda lo perdió cuando tenía 11 años. Maria, su madre, tenía otros 11 hijos que mantener cuando enviudó. Thiago Silva vio, con cinco años, cómo su padre le abandonaba. Nunca más lo vio desde que se separó de su madre. Cuando estaba embarazada, Angela se planteó abortar al no estar en condiciones de criar otro hijo —ya tenía dos—. Su familia le convenció de cambiar de idea y llevó la gestación hasta el final, pero el matrimonio se fue desmoronando a medida que aumentaban las dificultades financieras en casa. Se casó en segundas nupcias con Valdomiro, quien cuidó de Thiago Silva como a un hijo. Tanto que el central no ocultó su emoción al lamentar su muerte, en octubre de 2014: “Si he llegado hasta donde he llegado en mi carrera, ha sido gracias a ti. El hombre que fue mi padre, amigo, compañero y mi superhéroe. Todas las veces que lo necesitaba, siempre estabas ahí para salvarme”.

Para Casemiro, la separación de su padre ocurrió más pronto todavía, a los tres años. Creció con su madre Magda y sus dos hermanos en una casa humilde de São José dos Campos, pero contó con el incentivo de Nilton Moreira, entrenador de una escuela de fútbol de la ciudad, para despuntar en el fútbol. Por otro lado, Taison, suplente de la selección, enseguida tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a que hubiera comida en la mesa para él y sus 10 hermanos en el barrio Navegantes de la ciudad de Pelotas. Su padre, sumido en el alcoholismo, se separó de Rosangela, que dependía de las donaciones de una iglesia para que sus hijos no pasaran hambre. Antes de fichar por el Inter de Porto Alegre, el mediapunta trabajó de gorrilla, pintor y albañil. Taison no titubeó. “Soy una persona batalladora. No he llegado a la selección por casualidad. Todo lo que tengo hoy se lo debo a ella”, dijo, en alusión a Rosangela, otra supermamá de Brasil.

 

El País-Deportes

DI MARÍA, bajo la lluvia, en el frío, de noche

Me acuerdo cuando recibí la carta del Real Madrid. La rompí antes de abrirla.  Esto pasó en la mañana de la final del Mundial 2014, exactamente a las 11. Yo estaba sentado en la camilla a punto de recibir una infiltración en la pierna. Me había desgarrado el muslo en los cuartos de final, pero con la ayuda de los antiinflamatorios ya podía correr sin sentir nada. Les dije a los preparadores estas palabras textuales: “Si me rompo, déjenme que me siga rompiendo. No me importa. Sólo quiero estar para jugar”.

Y ahí estaba, poniéndome hielo en la pierna, cuando el médico Daniel Martínez entró al cuarto con un sobre en la mano y me dijo: “Ángel, mirá, este papel viene del Real Madrid”.

“¿Cómo? ¿Qué me estás diciendo?”, le dije.

Me contestó: “Bueno, ellos dicen que no estás en condiciones de jugar. Y nos están forzando a que no te dejemos jugar hoy”.

Inmediatamente entendí lo que estaba pasando. Todos habían escuchado los rumores de que el Real quería comprar a James Rodríguez después del Mundial, y yo sabía que me querían vender para hacerle lugar a él. Así que no querían que su jugador se rompiera antes de venderlo. Era así de sencillo. Ese es el negocio del fútbol que la gente no siempre ve.

Le pedí a Daniel que me diera la carta. Ni siquiera la abrí. Solamente la rompí en pedacitos y le dije: “Tirala. El único que decide acá, soy yo”.

No había dormido mucho la noche anterior al partido. En parte porque los hinchas brasileños habían estado tirando fuegos artificiales y petardos durante toda la madrugada, pero incluso aunque hubiera estado todo en silencio, creo que igual no iba a poder dormir. Es imposible explicar la sensación que uno tiene antes de una final de un Mundial, cuando todo lo que alguna vez soñaste se te pasa por delante de tus ojos.

Sinceramente quería jugar ese día, incluso si se terminaba mi carrera. Pero tampoco quería hacerle las cosas más difíciles al equipo. Así que me desperté muy temprano y fui a ver a nuestro técnico, Alejandro Sabella. Teníamos una relación muy cercana, y si le llegaba a decir que quería jugar, seguramente él iba a sentir la presión de ponerme. Así que le dije honestamente, con una mano en el corazón, que él debía poner al jugador que él sintiera que tenía que poner.

“Si soy yo, soy yo. Si es otro, entonces será otro. Yo sólo quiero ganar la Copa. Si me llamás, voy a jugar hasta que me rompa”, le dije.

Y entonces me largué a llorar. No lo pude evitar. Ese momento me había sobrepasado, era normal.

Chris Brunskill Ltd/Getty Images

Cuando tuvimos la charla técnica antes del partido, Sabella anunció que Enzo Pérez iba a ser titular, porque estaba al cien por ciento en lo físico. Y bueno, juega él, todo bien. Igualmente, me hice una infiltración antes del partido, y después me di otra durante el segundo tiempo, así podía estar preparado para jugar, si me llegaba a tocar la chance de entrar.

Pero el llamado nunca llegó. Perdimos la Copa del Mundo. Fue el día más difícil de mi vida. Después del partido, los medios empezaron a decir cosas feas del por qué no había jugado. Pero lo que les estoy diciendo es la pura verdad.

Lo que todavía me da vueltas por la cabeza es ese momento en el que voy a hablar con Sabella y me largo a llorar enfrente de él. Siempre me voy a preguntar si él pensó que yo lloraba porque estaba nervioso.

Y en verdad, no tuvo nada que ver con los nervios. Estaba totalmente emocionado por todo lo que ese momento significaba para mí. Estábamos tan cerca de lograr el sueño imposible.

Las paredes de nuestra casa supuestamente eran blancas. Pero nunca me las acuerdo como blancas. Al principio, eran grises. Después se pusieron negras, por el polvillo del carbón. Mi papá era un trabajador del carbón, pero no de los que trabajan en una mina. ¿Alguna vez has visto hacer carbón? Las bolsitas que comprás en cualquier negocio para hacer el asado vienen de algún lugar, y la verdad es que la carbonería es un trabajo muy sucio. Mi viejo solía trabajar abajo de un techo de chapa en nuestro patio y después le tocaba embolsar todos los pedazos de carbón para poder venderlos en el mercado. Bueno, no era sólo él. Tenía sus pequeños ayudantes, eh. Antes del colegio, nos despertábamos con mi hermanita para ayudarlo. Teníamos 9 ó 10 años, que es la edad perfecta para embolsar carbón, porque lo podés transformar en un juego. Cuando llegaba el camión, teníamos que llevar las bolsas pasando por el living y después pasar por la puerta de entrada, así que en definitiva, toda nuestra casa quedaba totalmente negra.

via Ángel di María

Pero con eso comíamos, y de esa forma mi padre nos salvó de que nos sacaran la casa.

Durante un tiempo, cuando yo era un bebé, a mis padres les iba bien. Pero después mi papá trató de hacer una buena acción para alguien, y eso nos cambió la vida. Un amigo le pidió que le saliera de garante para su casa, y mi papá confió en él. Pero el tipo dejó de pagar y de un día para el otro, desapareció. Así que el banco fue directamente a buscar a mi viejo, que se encontró ahogado teniendo que pagar por dos casas y encima tener que alimentar a nuestra familia.

Su primer negocio no fue el carbón. Trató de convertir la parte del frente de nuestra casa en un pequeño negocio. Compraba bidones de lavandina, cloro, detergentes, todas cosas de limpieza; después los dividía en botellitas y los vendía en nuestro living. Si vivías en nuestro barrio, no tenías que ir a un negocio para comprar un envase de CIF. Era carísimo. Entonces venías a lo de los Di María y mi mamá te vendía un pote por un precio mucho más conveniente.

Todo andaba bastante bien hasta que un día, el varoncito les arruinó todo y por poco no se mató.

Sí, es verdad, ¡de chiquito yo era un hijo de puta!

No es que en verdad fuera malo, es sólo que tenía demasiada energía. Era hiperactivo. Un día, mi mamá estaba vendiendo en nuestro “negocio” y yo estaba jugando en el andador. El portón de entrada estaba abierto, cosa de que los clientes pudieran pasar, mi mamá se distrajo, yo empecé a caminar… a caminar… seguí caminando…. ¡tenía ganas de explorar, viste!

Me fui directo a la mitad de la calle y mi mamá tuvo que correr como loca para salvarme de que me atropellara un auto. Por la manera en que ella lo cuenta, fue bastante dramático. Ese fue el último día del negocio de limpieza de Di María. Mi mamá le dijo a mi papá que era demasiado peligroso, y que teníamos que buscar algo distinto.

Ahí fue cuando él escuchó que había una persona que traía los barriles de carbón de Santiago del Estero. Pero lo gracioso es que ni siquiera teníamos la plata como para poder vender carbón. Mi viejo tuvo que convencer a esta persona para que le mandara los primeros cargamentos, cosa de que él los vendiera y así empezar a pagarle.

Así que cuando mi hermana o yo pedíamos por golosinas o cualquier cosa, mi papá nos decía: “¡Estoy pagando dos casas y encima un camión lleno de carbón!”.

Me acuerdo de que un día estábamos embolsando el carbón con mi papá, y hacía mucho frío y llovía. Estábamos abajo del techo de chapa. Era durísimo estar ahí. Después de un rato, yo me iba al colegio, que estaba más calentito. Pero mi papá se quedaba embolsando ahí todo el día, sin pausa. Porque si no lograba vender el carbón ese día, nosotros no teníamos nada para comer, así de simple. Y yo pensaba, y de verdad lo creía: Va a llegar un momento en que todo cambie para bien.

Por eso, yo al fútbol le debo todo.

A veces, ser un quilombero tiene sus beneficios. Yo empecé en el fútbol muy temprano, porque a mi vieja la estaba volviendo loca. Me había llevado al pediatra cuando tenía 4 años, y le dijo: “Doctor, no para un segundo de correr. ¿Qué puedo hacer?”.

Y como era un buen médico argentino, obviamente le contestó: “¿Qué puede hacer? Fútbol”.

Así empecé mi carrera futbolística.

via Ángel di María

Estaba obsesionado. Era lo único que hacía. Jugaba tanto pero tanto a la pelota, que cada dos meses, los botines se me hacían bolsa. Mi mamá me los pegaba con Poxi-ran, porque no teníamos la plata para comprar nuevos. Cuando tenía 7 años, ya debía ser bastante bueno, porque después de meter 64 goles para el equipo de mi barrio en el año, mi mamá viene un día y me dice: “Los de la radio quieren hablar con vos”.

Fuimos a la radio para que me hicieran una nota. Era tan tímido que apenas si pude hablar.

Ese año, mi papá recibió un llamado del entrenador de Rosario Central. Le dijo que me quería ver jugar ahí. La verdad es que fue una situación muy graciosa, porque él siempre fue fanático de Newell’s Old Boys. Mi mamá es muy hincha de Central. Si no sos de Rosario, no vas a poder entender nunca la pasión y la rivalidad que hay. Es a muerte. Cada vez que se jugaba el clásico, mis viejos gritaban como locos, se dejaban los pulmones en cada gol, y el que ganaba se la pasaba cargando al otro por un mes.

Así que se imaginan lo emocionada que estaba mi mamá cuando se enteró de que me llamaban de Central.

Mi papá dudaba: “Uh, no sé, es medio lejos. ¡Son 9 kilómetros! No tenemos auto. ¿Cómo lo vamos a llevar hasta allá?”.

Y mi mamá le dijo: “¡No, no, no! No te preocupes, yo lo llevo. ¡No es ningún problema!”.

Y ahí es cuando nació Graciela.

Graciela era una bicicleta amarilla, oxidada, con la que mi mamá me llevaba todos los días al entrenamiento. Tenía un canastito adelante y espacio para llevar uno más atrás, pero había un problema, porque mi hermanita también tenía que venir con nosotros. Entonces mi papá con una sierra le cortó un cuadrillo de cada lado del canastisto, que es donde se sentaba mi hermana.

Así que imaginen esto: una mujer andando en bicicleta por todo Rosario, con un pibe atrás y una nenita adelante, más un bolso deportivo, con mis botines y algo de comer, en el canasto de adelante. En subida. En bajada. Pasando por los barrios más difíciles. Bajo la lluvia. En el frío. De noche. No importaba. Mi mamá sólo seguía pedaleando.

Graciela nos llevaba donde tuviéramos que ir.

Así y todo, la verdad es que mi época en Central no fue fácil. De hecho, creo que si no fuera por mi mamá, habría dejado el fútbol. No una vez, sino dos. Cuando tenía 15 y todavía no había crecido, tenía un técnico que estaba bastante loco. Le gustaban los jugadores muy físicos y agresivos, y ese no era demasiado mi estilo, viste. Un día, no salté en un córner y al terminar el entrenamiento, nos juntó a todos y ahí, se dio vuelta y me miró.

“Sos un cagón, sos un desastre. Nunca vas a llegar a nada. Vas a ser un fracaso”, dijo.

Me destruyó. Antes de que terminara de hablar, yo ya me había largado a llorar delante de todos mis compañeros, y al toque me fui de la cancha corriendo.

Capucine Bailly/The Players’ Tribune

Cuando llegué a mi casa, me fui directo a mi pieza para llorar solo. Mi mamá se dio cuenta de que había pasado algo, porque cada vez que volvía de un entrenamiento, lo primero que hacía era dejar las cosas y salir a la calle a seguir jugando a la pelota. Entró en mi habitación y me preguntó qué pasaba. Me dio un poco de miedo contarle toda la verdad, porque me preocupaba que agarrara la bici y se fuera pedaleando hasta el club para darle una trompada al técnico. Ella era una persona muy tranquila, pero si le tocabas a uno de los nenes, agarrate… ¡man, empezá a correr!

Le dije que me había metido en una pelea, pero se dio cuenta de que era mentira. Así que hizo lo que todas las madres del mundo hacen en esa situación: llamó por teléfono a la madre de un compañero para saber qué había pasado.

Cuando volvió a mi cuarto, yo seguía llorando y le dije que quería dejar el fútbol. Al día siguiente, no podía ni salir de mi casa. No quería ir al colegio. Me sentía humillado. Pero mi mamá se sentó en mi cama y me dijo: “Vas a volver, Ángel. Vas a volver hoy. Y a ese le vas a demostrar”.

Volví al entrenamiento ese día y ahí pasó una cosa increíble. Para empezar, ninguno de los chicos se burló de mí, al contrario, me ayudaron. En cada pelota que venía por arriba, los defensores me dejaban ganar de cabeza. Casi que se aseguraban de que me sintiera seguro. Y eso que el fútbol siempre es competitivo, especialmente en Sudamérica. Cada uno que juega está tratando de tener una vida mejor, viste. Pero siempre, siempre me voy a acordar de ese día, porque mis compañeros vieron que estaba sufriendo y me ayudaron.

Así y todo, yo era muy chiquito y flaquito. A los 16, todavía no me habían promovido, y mi papá se empezó a preocupar. Una noche estábamos sentados en la cocina y me dijo: “Tenés tres opciones: Podés trabajar conmigo. Podés terminar la escuela. O podés probar otro año más con el fútbol. Pero si no funciona, vas a tener que venir a trabajar conmigo”.

No dije nada. Era una situación complicada. Necesitábamos la plata.

Pero ahí saltó mi mamá y dijo: “Un año más en el fútbol”.

Eso fue en enero.

En diciembre de ese año, en el último mes del plazo que nos habíamos puesto, debuté en Primera con Rosario Central.

Nick Laham/Getty Images

Desde ese día empezó mi vida deportiva. Pero en verdad, la lucha había empezado mucho antes. Empezó con mi mamá pegándome los botines para poder seguir usándolos, y pedaleando con Graciela bajo la lluvia. Incluso cuando debuté profesionalmente en la Argentina, todavía era una lucha. Creo que la gente que no es de Sudamérica no puede terminar de entender cómo es. Hace faltar vivir ciertas experiencias para creerlas.

Nunca me voy a olvidar cuando nos tocó jugar un partido de Libertadores en Colombia contra Nacional de Medellín. El avión no es es mismo que cuando estás en la Premier League o en La Liga. Ni siquiera es el mismo que cuando jugás en Buenos Aires. Por entonces, Rosario no tenía aeropuerto internacional. Te presentabas en ese pequeño aeropuerto, y el primer avión que estuviera ese día era al que te subías. No hacías preguntas.

Así que nos presentamos para ir a Colombia… y en la pista había uno de esos aviones enormes de carga. ¿Viste esos que tienen una rampa atrás, en los que suben autos y containers? Bueno, ése era nuestro avión. Un Hércules.

Bajan la rampa y ahí los trabajadores empiezan a cargar colchones. Y los jugadores nos mirábamos entre nosotros como diciendo… ¿¡Qué!?

Y nos subimos al avión, y los de mantenimiento que nos dicen: “No, ustedes van atrás, chicos. Acá tienen, usen estos auriculares”.

Nos tuvieron que dar esos protectores auditivos gigantescos que usan los militares para tapar el ruido. Nos subimos y había algunos asientos y los colchones para que nos sentáramos. Por 8 horas. Para un partido de Copa Libertadores. Cerraron la rampa y se puso todo negro. Y ahí estábamos nosotros, en los colchones, con los cosos estos sobre las orejas, casi sin poder escucharnos a nosotros mismos. Y el avión empieza a carretear, y nos empezamos a mover, y después en el despegue, nos vamos todos para atrás, y uno de los compañeros grita: “¡Nadie toque el botón rojo! ¡Si se abre esta puerta, nos vamos todos a la mierda!”.

Fue increíble. Si no lo hubiera vivido, sería difícil de creer. Pero están mis compañeros de testigos. Pasó de verdad. Esa fue nuestra versión de un avión privado. ¡Un Hércules!

Aunque no lo crean, ese recuerdo me da un poco de alegría. Cuando estás tratando de triunfar en el fútbol argentino, tenés que hacer lo que sea necesario. Y al avión que aparezca ese día, te subís sin hacer preguntas.

Después, si te llega la oportunidad, te tomás el avión con un boleto de ida. Para mí, esa oportunidad fue en Portugal con el Benfica. Quizás muchos hoy miran a mi carrera y dicen: “Wow, se fue al Benfica, después al Real Madrid, al Manchester United, al PSG”, y les parece fácil. Pero no se dan una idea de cuántas cosas pasaron en el medio. Cuando llegué al Benfica, apenas si jugué durante dos temporadas. Mi papá dejó el trabajo para irse a Portugal conmigo, y tuvo que estar separado por un océano de distancia con mi mamá. Había noches en que lo escuchaba hablando por teléfono con ella, y lloraba de lo que la extrañaba.

Por momentos, todo parecía como un gran error. No jugaba, lo único que quería era irme, volver a casa.

Armando Franca/AP Photo

Hasta que los Juegos Olímpicos de 2008 cambiaron mi vida. Me convocaron de la Selección a pesar de que yo no jugaba nunca para el Benfica. Nunca me lo voy a olvidar. Ese torneo me dio la oportunidad de jugar con Leo Messi, el extraterrestre, el genio. Nunca me divertí tanto jugando al fútbol como en ese torneo. Lo único que tenía que hacer era correr al vacío. Empezaba a correr, y la pelota me llegaba al pie. Como si fuera magia.

Los ojos de Leo no son como los tuyos o los míos. Miran de lado a lado, como los de cualquier ser humano. Pero él también es capaz de mirar a todos desde arriba, como un pájaro. No entiendo cómo es posible, pero es así.

Hicimos todo el camino hasta llegar a la final contra Nigeria, y ese probablemente haya sido el día más increíble de mi vida. Meter el gol que le da el oro a la Selección… no se pueden imaginar la sensación.

Tienen que entender que yo tenía 20 años y ni siquiera jugaba en el Benfica. Mi familia estaba separada. Estaba en un momento de desesperación antes de que me llegara esa convocatoria. En sólo dos años, gané la medalla de oro, empecé a jugar en el Benfica y me vendieron al Real Madrid.

Fue un momento de orgullo no sólo para mí, sino también para toda mi familia y para todos mis amigos que me apoyaron durante todos esos años. Me dicen que mi padre era mejor jugador que yo, pero se rompió las rodillas cuando era joven y su sueño de ser futbolista murió. Y me dicen que mi abuelo todavía era mejor que él, pero perdió las dos piernas en un accidente de tren, y ahí murió su sueño.

Mi sueño estuvo cerca de morir tantas veces.

Pero mi papá siguió trabajando bajo el techo de chapa… mi mamá siguió pedaleando…. y yo seguí corriendo al vacío.

No sé si ustedes creen en el destino, pero cuando metí mi primer gol para el Real Madrid, ¿saben el nombre del equipo contra el que jugábamos?

Hércules CF.

Fue un largo camino.

Pero quizás ahora entiendan por qué estaba llorando delante de Sabella antes de la final del Mundial 2014. No estaba nervioso. No estaba preocupado por mi carrera. Ni siquiera estaba preocupado por no empezar el partido.

Con una mano en el corazón, la verdad es que lo único que quería era que lográramos nuestro sueño. Quería que se nos recordara como leyendas en nuestro país. Y estuvimos tan cerca.

Por eso es tan decepcionante cuando veo la reacción que hay con el equipo en los medios en Argentina. Hay momentos en que el pesimismo y las críticas se van de las manos. No es sano. Somos todos seres humanos, en nuestras vidas nos pasan cosas que la gente no llega a ver.

De hecho, justo antes del final de las Eliminatorias, empecé a ir a un psicólogo. Estaba pasando un momento complicado en mi cabeza, y normalmente puedo confiar en mi familia para salir de esas situaciones. Pero esta vez, la presión de la Selección era demasiado grande, así que fui a un psicólogo y realmente me ayudó. En los últimos dos partidos, me sentí mucho más suelto y relajado.

Me recordé a mí mismo que formaba parte de uno de los mejores equipos del mundo, y que estaba jugando para mi país, viviendo el sueño que tenía desde chico. A veces, como profesionales, nos podemos olvidar de estas pequeñas cosas.

El juego volvió a transformarse en un juego.

Sergey Pivovarov/AP Photo

Pienso que en esta época, la gente te sigue en Instagram o en YouTube y sólo ven los resultados, pero no ven el precio. No saben lo que viviste para llegar hasta ahí. Me ven sosteniendo a mi hija y sonriendo con la Champions League en la mano y se piensan que todo es perfecto. Pero quizás no saben que justo un año antes de que nos sacaran esa foto, ella nació prematura y pasó dos meses en el hospital, conectada a un montón de cables y de tubos.

Quizás me ven llorando con la Copa y se piensen que yo lloro por el fútbol. Pero en realidad estoy llorando porque mi hija está ahí en mis brazos para vivir ese momento conmigo.

Ven la final del Mundial, y todo lo que ven es un resultado.

0-1.

Pero no ven todo lo que muchos de nosotros tuvimos que luchar para poder llegar hasta ese momento.

No saben sobre nuestras paredes del living que de blancas se transformaban en negras.

No saben sobre mi mamá andando con Graciela bajo la lluvia y en el frío, por sus hijos.

No saben del Hércules.

Ángel Di María

ARGENTINA
Cred:theplayerstribune

Messi en Argentina es darle una linterna a un ciego, tituló El País de Madrid

La prensa internacional opinó duramente a propósito del resultado del partido que la selección nacional empató ante Islandia. A continuación uno de los artículos con la firma de José Sámano-

MESSI, Del placer al deber

Moscú – Con permiso del eterno Eduardo Galeano. El viaje del fútbol del placer al deber que laceraba al inolvidable escritor uruguayo tiene en Messi a un polizón angustiado por tal travesía entre Barcelona y Argentina. El Messi albiceleste es demasiado solemne. Con más amigos que futbolistas de fundamento a su alrededor. El colegueo futbolístico con Biglia, pongamos por caso, nunca será el mismo que con Xavi e Iniesta. Biglia o tantos otros de su Argentina que no serían de su exclusiva pandilla azulgrana cuando el asado dejara paso al fútbol.

El resultado es un Leo poco natural, demasiado despojado de su sentido recreativo del juego, al que siempre ha estado ligado desde que era un mocoso rosarino. Aquel chiquillo que se hizo niño en Barcelona jamás regresó a su infancia barrial y cada viaje de vuelta lo ha tenido que hacer como un adulto prematuro. Como sus paisanos se perdieron su parvulario hace tiempo que le exigen sin miramientos que pague su deuda. Se la reclamaron por las bravas y, tras su amago de retirada de la selección, ahora casi se lo suplican. El maestro Galeano diría: “Señor Messi, una pizca de fútbol por favor”. Y Messi está por la labor. Lleva tatuado en el alma que solo es un argentino de paso por Barcelona.

Así que, de alguna manera, Messi se empeña en ser Messi donde ni siquiera él, tan único, puede serlo. Tal desamparo llega a ser tan conmovedor que el diez no encuentra consuelo ni en los penaltis. Nunca fueron su fuerte, pero mientras en el Barça se redime a menudo con insultante facilidad, en la selección argentina todo le cuesta más de un mundo.

No hay duda de su castrense compromiso, lo que no evita pensar acerca de lo inconveniente de la sobrecarga. Si en el Barça Messi puede ser todo o solo parte según cómo discurra tal o cual jornada, Argentina requiere que sea Leo a cada segundo. Si en el Camp Nou hay un rato que no es Iniesta, Iniesta hace de Iniesta. Lo mismo que le pueden suplantar Busquets a lo suyo y antes Ronaldinho, Neymar, Xavi… El problema es que si la Pulga no hace de Mascherano o de Biglia, Mascherano y Biglia se representan a sí mismos. Lo que no conviene a una Argentina que para más descoloque de Messi trata a la pelota, su mejor amiga, como si fuera una cualquiera. Con Argentina aún tiene que ser más que Messi, lo que ya es el colmo.

Así no hay manera de ligarse a Messi. El hombre se desanima, se desgañita para sus adentros rosarinos y acaba sin energía. Y sin respuestas. Vaya una sobre la marcha: no se puede tener un Velázquez colgado junto a la campana de la cocina. Por muy Velázquez que sea.

Foto.Abedin Taherkenareh/EFE

Mauricio Macri jugó al fútbol en la cancha de mayor altura de Argentina

Del encuentro participó el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, y varios ex jugadores.

El presidente Mauricio Macri jugó este viernes un partido de fútbol en la cancha del club Independencia de la ciudad de Humahuaca (provincia de Jujuy, ubicada al noroeste de Argentina), el campo ubicado a mayor altura respecto del nivel del mar del país, informaron fuentes oficiales.

El presidente, acompañado por vecinos, socios del club y funcionarios locales, jugó a 3.012 metros de altura en este espacio, llamado “Raúl Pacífico Campos” -que desde 2017 cuenta con césped artificial-, contra otro equipo integrado por ex futbolistas locales y autoridades de la Gobernación.

Durante el encuentro participó el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, el exfutbolista José Valencia(que formó parte del plantel campeón de la Copa Mundial de 1978), los hermanos Mario y Luis Lobo, y Gustavo “Oso” Coronel, todos ellos de reconocido prestigio en la provincia norteña.

Macri jugó al fútbol en Jujuy. (Foto: Presidencia)

En su paso por Jujuy, Mauricio Macri recorrió las obras de reconstrucción de la localidad de Volcán, prácticamente destruida por un alud de barro en 2017; ha participado de la ofrenda floral a la Virgen de la Candelaria, patrona de la ciudad de Humahuaca; y presentó un proyecto de zona franca.

Pablo “Bebote” Álvarez: “Los Moyano lavan plata en Independiente”

Está demacrado, sin el aura de “conmigo no pueden” que tenía hasta hace tres meses, cuando creía que la impunidad duraría para siempre. Pablo Álvarez, alias “Bebote“, el líder de la barra brava de Independiente, luce tenso. Alojado en una celda individual de la Alcaidía del penal de Melchor Romero, en las afueras de La Plata, sólo sale una vez por día al patio y por la noche tiene turno asignado para bañarse cuando ya todos los otros habitantes de este complejo penitenciario, que incluye por ejemplo al clan Castillo de La Salada, están en sus cuartos.

Prende un cigarrillo, fuma, mueve las manos, sostiene papeles, prende otro cigarrillo. La imagen de invulnerabilidad con la que recorría el mundo, aquella con la que desafiaba a la policía a que lo encontraran en el Mundial de Brasil cuando se camuflaba como un hincha suizo, está hecha trizas. Hoy es un preso gritando su verdad. Que dista bastante de las pruebas con que la fiscal Viviana Giorgi y el juez Gabriel Vitale sustentaron su condición de jefe de una asociación ilícita, montada sobre la estructura del paraavalanchas de Independiente para cometer delitos indeterminados.

Hoy “Bebote” está a la espera de lo que diga la Sala 2 de la Cámara de Apelaciones de Lomas de Zamora. Si confirma lo actuado por el juez, seguirá preso hasta el día del juicio. En caso contrario, podría salir en libertad. Y mientras espera, le da a Infobae la primera nota desde que está en prisión. Confesando algunos delitos pero apuntando la mira directamente hacia arriba: asegura que si existe una asociación ilícita en Independiente, él no es más que un peón. Que el verdadero jefe tiene nombre y apellido: Pablo Moyano, quien por ahora sólo está imputado por presunto fraude en el marco de esta misma causa.

—Te conozco creo hace 15 años y un día te dije: “Seguramente a vos alguna vez te voy a hacer una nota en un penal”. Vos dijiste que nunca ibas a terminar preso. Y acá estamos…

—Es que no pensaba que me iba a pasar esto. Desde que salí de estar en prisión en Salta (año 2003) no cometí ningún delito. Esta es una causa armada que me tiene injustamente detenido.

—¿Seguro? Si le preguntás a la gente si está bien que estés en prisión, el 99% va a decir que sí.

—Porque la gente no me conoce, se deja llevar por todo lo que dicen los periodistas deportivos, que hablan sólo mal de nosotros. El que sabe qué clase de persona soy, el que va a la cancha a la tribuna Norte (donde se ubica la barra) te dirá que es injusto, que todo esto es una movida porque estaba en contra de Moyano.

—¿Decís que nada de lo que se te imputa en la causa es cierto? Reventa de entradas, recaudación de parrillas ilegales, trapitos, apretadas, extorsiones a jugadores y técnicos…

—Que muestren una filmación donde yo esté revendiendo o cobrando trapitos. Lo de los cuidacoches es un negocio de la policía. Y todo lo que se dice del cotillón de la barra, de los viajes, de los 1.200 carnets que tenemos para entrar a la cancha sin pagar, de los protocolos que nos dan para las plateas para entregarlos a gente amiga, todo eso es verdad, pero me lo da el club, yo no extorsiono a nadie. Todo es con un acuerdo con “El Salvaje”. Y el Salvaje es Pablo Moyano. Cuando estaba Comparada, la barra vivía del club; con Cantero hubo que aprender a vivir sin el club, yo me tuve que ir a España, acordate, y “El Salvaje” me mandó a llamar para armarle dos barras a Cantero y debilitarlo. Todo fue organizado con él y con el actual vicepresidente Carlos Montagna, un traidor a Cristina Kirchner. Y después me dieron todo lo otro, que no lo paga el club, lo paga Camioneros. La plata para la barra sale del Sindicato de Camioneros.

—¿Qué pruebas tenés de lo que decís?

—Simple. Yo le di al juez datos para que haga cuatro allanamientos. Tres dieron positivos y el otro, justo el que tenía que hacer en el Sindicato, lo negó. Si iba ahí, encontraba en el garaje todas las cosas de la barra. Pero es muy fácil: los protocolos nos los daban en la empresa Integrados SA de Plaza de Mayo, que hace las entradas para la cancha. Los viajes nos los pagaban a través de la empresa Martín Tur, que es de Camioneros. ¿Y sabés qué hacían? Sobrefacturaban lo que necesitábamos. Si nos ponían un chárter, decían que eran dos; si ponían 10 micros, cobraban 20, y todo ese vuelto se lo quedaba Moyano. Cuando querían que bajara a Cantero, me daban los cheques de Camioneros a mí para que contrate yo. Después cuando agarraron el club se hicieron cargo ellos para cobrar el doble. Y así con todo. ¿Sabés quién maneja el buffet del predio de Independiente? El mozo de Moyano. ¿Sabés dónde va a parar la plata de los pases de los jugadores o de la reventa de entradas que organizan ellos? A la financiera Global Finanzas SA que queda en la calle Reconquista y uno de sus dueños es otro hombre de Moyano, Fabio Fernández, que además es dirigente del club. ¿Viste que Yoyo Maldonado (Héctor, secretario general del club y protesorero de Camioneros) admitió en la causa que entraron 18.000 personas sin pagar a la final con Flamengo por la Copa Sudamericana? Es mentira. Todos pagaron, pero esas entradas salieron por izquierda y toda esa plata, en vez de ir al club, fue a la financiera. Así trabajan.

Para la Justicia esas entradas las revendió la barra.

—Qué vamos a revender si ya estábamos todos presos. Las revenden ellos y sacan la plata afuera. Como cuando contrataban jugadores lesionados y les cobraban parte del pase y lo metían ahí. Y después brindaban con Dom Pérignon. Por eso en el club se los conoce como el Grupo Champagne. Y eso no es nada. También meten ahí contratos publicitarios entre empresas propias de Camioneros con el club. Porque todo lo hacen con firmas propias. Los 1.200 chicos que van al Instituto educativo del club tienen que comprarle la ropa a la firma Dixley, que casualmente es de los hijastros de Hugo Moyano. La empresa Aconra, que es de la mujer, hizo trabajos para el estadio. Se llenaron la Garganta del Diablo (por la zona que faltaba construir del estadio) con dinero del club. Ellos se la llevan.

—Lo de Moyano habrá que investigarlo, pero da la sensación de que sos vos el que le roba al club…

—Yo al club no le saco nada, se lo saco a Camioneros. Ahora si los afiliados del gremio me quieren acusar por eso, que lo hagan. Pero los que le roban al club y los que lavan la plata son los Moyano. Que Hugo me haga una causa a mí es como que Pablo Escobar Gaviria se la haga a un traficante.

—Usando esa analogía, vos no dejás de ser un delincuente por más que te acuse según vos otro que lo es y más poderoso.

—Yo no delinco más.

—¿Y cómo compraste los negocios al lado de la cancha para poner el museo de la barra?

—Primero, no es el museo de la barra. Es el museo de “Bebote”. Yo tengo registrada la marca “Los Diablos Rojos”. Es mía, personal. Y los compré con lo que me dejaba un micro de dos pisos que tengo.

—¿Con un micro te hiciste millonario?

—Qué millonario. Esa propiedad no vale mucho y además también con la compraventa de autos. Mirá, todo esto me lo armaron los Moyano, por intermedio de Lugones, el del Aprevide, porque sabían que yo tenía prueba de todo.

—Pero si todo empezó cuando fuiste a apretar a Holan…

Yo le fui a pedir una colaboración con la autorización del club. Nosotros le pedimos 10.000 dólares por mes al plantel y 5.000 mil al cuerpo técnico para juntar 150.000 dólares para ir al Mundial de Rusia. “Yoyo” Maldonado me dijo que lo de los jugadores lo ponía el Sindicato y me dio paso para ir a pedirle a Holan. Eso no es extorsión.

—¿Por qué le tienen que pagar a la barra los futbolistas y el cuerpo técnico para ir al Mundial?

—Porque no es nada, estamos hablando de 500 dólares por jugador por mes, cuando se llevan millones del club. Y es una colaboración. El que no quiere, no pone.

—¿Y qué le pasa?

—Nada. ¿Cuántos jugadores matamos? Entonces… Además yo a Holan no lo amenacé. Sí lo hicieron Moyano y Lugones. Le dijeron “o declarás que te secuestró y te extorsionó, o te hacemos una causa a vos por financiar a la barra”.

En la causa está todo lo contrario. Leí todas las declaraciones…

—Que lo procesen por falso testimonio. Todo esto fue armado por Moyano porque sabía que si yo me presentaba como candidato a presidente, le ganaba.

—¿En serio lo decís?

—Obvio. Con la tribuna Norte me alcanza y sobra para ganarle. Él me dio la cancha para jugar con la barra el partido de fin de año, él me puso el feliz cumpleaños en el cartel electrónico de la cancha, él me permitió llevarme la camiseta firmada por “El Kun” Agüero.Él pagaba todo lo de la barra. Y eso se cortó cuando quise formar mi agrupación para ser presidente. Y me dice a mí extorsionador. Si él se encargó de extorsionar a todas las empresas para que le den cosas a Independiente. A Loma Negra para que ponga el cemento, a otra para los hierros. A mí en persona me lo contó. Porque si no les para la empresa. Lo mismo hace para llenar la Plaza de Mayo en las marchas. Extorsiona a los trabajadores para llenar los micros. Solo no puede llenar ni la plaza Mitre de Avellaneda. Cuando todo esto explotó, me ofreció plata para que me calle y no vaya a la cancha. Y si no, me dijo que había preparado un cajón para mí.

Pero vos también tenés banca política. Pintaste en las últimas elecciones para el Frente para la Victoria.

—Sí, ¿y qué? A mí me pagan 8.000 pesos por salida a pintar y lo hago para el que quiera. Cristinista, macrista, el que la ponga.

—Claro, porque vos sos “bebotista”…

—No, yo soy de Independiente. Y no soy bebotista, soy “Bebote”. Por eso me armaron esta causa y por eso contrataron un sicario para matarme.

—¿Cómo?

—Así de cortito: me inventaron una causa para mandarme a un penal donde tienen un sicario para matarme. Yo esto lo denuncié en la Justicia.

—¿No era más fácil no sé… que te tiraran con un auto encima en la calle y que parezca un accidente?

—No sé por qué no lo hicieron. O sí. Al Polaco (por Roberto Petrov, delegado de Camioneros y ex custodio de Moyano) se lo ofrecieron dos veces y se negó. Por eso estoy acá en resguardo.

Pero por lo que vos decís, ellos son la mafia y vos nada.

Yo lo único que digo es que si la barra es una asociación ilícita, yo no soy el jefe. Ahora lo único que falta es que yo sea el jefe de los Moyano. Sería el colmo de los colmos. Yo pregunto: ¿quién es el jefe, el chancho o el que le da de comer?

—Y vos venís a ser…

El chancho, por eso estoy encerrado en este corral.

—Y el que le da de comer es…

—”El Salvaje”, Pablo Moyano. Si yo estoy preso, él tiene que estar en la celda de al lado. Y ya le va a tocar. Viste que dice que no se arrodilla ante nadie. Cuando esté acá adentro se va a arrodillar adelante mío y va a pedir perdón. Eso es lo que va a pasar.

Argentina va por la revolución rusa

Se terminaron las especulaciones sobre los rivales y las conveniencias. Ayer al mediodía se consumó el sorteo de la próxima Copa del Mundo y quedó definido que Argentina, el último subcampeón del mundo y cabeza de serie del Grupo D del Mundial Rusia 2018, debutará el 16 de junio, a las 10, ante Islandia, en Moscú, luego se medirá con Croacia, en Nizhni Novgorod y cerrará su participación en la fase inicial frente a Nigeria, en San Petersburgo. La ceremonia de la Fifa para definir a los grupos se realizó en el Palacio del Kremlin y contó con la presencia de Diego Maradona entre las estrellas que sacaron las bolillas de los copones. Además estuvo presente el DT albiceleste Jorge Sampaoli, que se entusiasmó con hacer un gran torneo porque “tenemos al mejor jugador del mundo y de la historia”, en referencia al astro rosarino Lionel Messi. Está claro a partir del talento de Leo (que jugará su cuarto Mundial) se puso en marcha el sueño de volver a ubicar a la selección en la cima del mundo, como ocurrió por última vez con Diego en México 1986.

Así Argentina, que logró de manera agónica el pase al Mundial tras la asunción del casildense Jorge Sampaoli y con Messi como máximo referente futbolístico, ya tiene la hoja de ruta para animarse a la conquista de Rusia. El sábado 16 de junio ante Islandia será el estreno albiceleste, un rival que participará por primera vez en su historia en una Copa del Mundo. El escenario del choque será el Spartak Stadium, con capacidad para 44 mil espectadores. Y la fiebre de los rusos por ver a Messi, más la legión de hinchas argentinos que viajen, harán que las tribunas estén a tope.

No existen enfrentamientos previos ante el seleccionado escandinavo, que se adjudicó el Grupo I de las eliminatorias europeas con 22 puntos, producto de siete triunfos, un empate y una derrota. Los Vikingos, tal el apodo de la selección europea, cumplieron el sueño de llegar al Mundial y todo lo que venga para ellos será un premio extra.

Luego del debut ante Islandia, el equipo del Zurdo enfrentará con Croacia, en la previa el rival más complicado, el jueves 21, a las 15, en el Estadio Nizhni Novgorod, con capacidad para 45 mil espectadores. En el único enfrentamiento previo en Mundiales, en la fase de grupos de Francia 1998, Argentina venció por 1-0, con un gol de Mauricio Pineda.

Por último, Argentina se enfrentará el martes 26, a las 15, contra Nigeria, un viejo conocido, en el Krestovsky Stadium de San Petersburgo, cancha en la que juega el Zenit de los argentinos Emanuel Mammana, Leandro Paredes, Matías Kranevitter, Emiliano Rigoni y Sebastián Driussi y con capacidad para 69 mil espectadores.

Argentina le ganó las cuatro veces que enfrentó a Nigeria en Copas del Mundo: Estados Unidos 1994 (2-1), Corea-Japón 2002 (1-0), Sudáfrica 2010 (1-0) y Brasil 2014 (3-2).

En caso de avanzar en el grupo, Argentina en los octavos de final se mediría con los clasificados del Grupo C, que integran Francia, a priori el más fuerte, Dinamarca, Australia y Perú, equipo dirigido por el argentino Ricardo Gareca, definiendo el cruce la posición que ocupe el equipo albiceleste (primero o segundo) y la de los posibles adversarios. Y si Argentina termina primero en el D podría jugar con Alemania en las semifinales y contra Brasil en la final.

Argentina llegará a Rusia luego de tres subcampeonatos consecutivos: Mundial Brasil 2014, derrota ante Alemania por 1-0, en Río de Janeiro; Copas Américas Chile 2015 y Estados Unidos 2016, con sendas caídas por penales, tras igualar sin goles en Santiago y Nueva Jersey, respectivamente. La selección albiceleste entonces buscará meterse en la cuarta final consecutiva, algo que no es fácil y constituye un gran mérito en sí mismo, pero esta vez en caso de que lo logre tendrá el enorme desafío de alzar el trofeo. Messi y compañía harán lo imposible por llegar a la gloria. Ayer empezó el Mundial.